José Antonio Ramos Sucre: El romance del bardo.



Yo estaba proscrito de la vida. Recataba dentro de mí
 un amor reverente, una devoción abnegada, pasiones
 macerantes, a la dama cortés, lejana de mi alcance.
La fatalidad había signado mi frente.

Yo escapaba a meditar lejos de la ciudad, en medio
de ruinas severas, cerca de un mar monótono.
Allí mismo rondaban, animadas por el dolor, las
sombras del pasado.
Nuestra nación había perecido resistiendo las correrías
de una horda inculta.

La tradición había vinculado la victoria en la presencia
de la mujer ilustre, superviviente de una raza invicta.
 Debía acompañarnos espontáneamente, sin conocer
 su propia importancia.
La vimos, la vez última, víspera del desastre, cerca
de la playa, envuelta por la rueda turbulenta de
las aves marinas.

Desde entonces, solamente el olvido puede enmendar
 el deshonor de la derrota.
La yerba crece en el campo de batalla,
alimentada con la sangre de los héroes.




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