Tus
manos por las sábanas eran mis hojas muertas. Mi otoño era un amor por tu
verano.
El
viento del recuerdo resonaba en las puertas de lugares que nunca visitáramos.
Permití
la mentira de tu sueño egoísta allá donde tus pasos borra el sueño. Crees estar
donde estás.
Qué
triste nos resulta estar donde no estamos, así siempre.
Tu
vivías hundido dentro de otro tú mismo, abstraído a tal punto de tu cuerpo que
eras como de piedra.
Duro
para el que ama es tener un retrato solamente.
Inmóvil,
desvelado, yo visitaba estancias a las que nunca ya retornaremos.
Corría
como un loco sin remover los miembros: el mentón apoyado sobre el puño.
Y,
cuando regresaba de esa carrera inerte, te encontraba aburrido, con los ojos
cerrados,
con
tu aliento y con tu enorme mano abiertos, y tu boca rebosante de noche...
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