Dame tu mano, tu mano querida,
y ven conmigo,
pues queremos alejarnos de los
hombres.
Son mezquinos, ruines, y su
mezquina ruindad nos odia
y mortifica.
Sus ojos rondan maliciosos por
nuestro rostro y su oído ávido
manosea las palabras de nuestra
boca.
Recogen beleño...
Así que huyamos
a los campos soñadores que,
gentiles, con flores y hierba,
confortan nuestros pies
vagabundos,
al borde del río que, con
paciencia, carga sobre su espalda
imponentes fardos, pesados
barcos repletos de mercancías,
imponentes fardos, pesados
barcos repletos de mercancías,
con los animales del bosque,
que no murmuran.
Ven.
La niebla del otoño vela y
humedece el musgo con brillos
mates, esmeralda.
Ruedan las hojas del haya,
tesoro de monedas de bronce dorado.
Por delante de nuestros pasos,
llama roja, temblorosa,
salta la ardilla.
Alisos negros, retorcidos,
silban junto al pantano
en el resplandor cobrizo del
atardecer.
Ven.
Porque el sol se ha puesto, se
ha acostado en su cueva
y su aliento cálido, rojizo, se
apaga.
Ahora se abre una bóveda.
Bajo el arco azul grisáceo
entre las coronadas columnas
de los árboles estará el ángel,
alto, esbelto, sin alas.
Su semblante es dolor.
Y su vestido tiene la palidez
glacial de las estrellas
que centellean en las noches de
invierno.
El que es,
que no habla, no debe, sólo es,
que no conoce maldición alguna
ni trae la bendición y que no
peregrina a las ciudades al
encuentro de lo que muere:
no nos mira
en su silencio de plata.
Pero nosotros le miramos,
porque somos dos y estamos
desamparados.
Tal vez
caiga una hoja seca, marrón,
sobre su hombro,
resbale.
Nosotros la recogeremos y la
guardaremos,
antes de seguir adelante.
Ven, amigo mío; conmigo, ven.
La escalera en casa de mi padre
es oscura, tortuosa, estrecha,
y los escalones están
desgastados;
pero ahora es la casa de la
huérfana, y en ella
vive gente extraña.
Llévame.
En la puerta la vieja llave
oxidada se resiste
a mis débiles manos.
Ahora chirriando se cierra
Mírame ahora en la oscuridad,
tú, desde hoy mi patria.
Pues tus brazos se erigirán
para mí en muros protectores,
y tu corazón será mi aposento y
tu ojo mi ventana,
por la que brilla el amanecer.
Y la frente se alza a tu paso.
Tú eres mi casa en cualquier
calle del mundo, en cualquier
hondonada, en cualquier colina.
Tú, mi techo, languidecerás
conmigo extenuado
bajo el mediodía abrasador, te
estremecerás conmigo
cuando azote una tormenta de
nieve.
Pasaremos hambre y sed, juntos
resistiremos,
juntos un día caeremos al borde
del camino, cubierto de polvo,
y lloraremos...
Comentarios