John William Waterhouse - Lamia & Knight. |
Lamia
lo vio llegar cerca, mucho más cerca,
y
pasar junto a ella indiferente, absorto,
con
sus mudas sandalias pisando el musgo verde;
ella
se acercó a él, pero él siguió sin verla,
suspenso
en sus misterios, encerrado en su mente
a la
vez que en su manto. Mientras, los ojos de ella
le
seguían los pasos, y, girando hacia él
su
blanco y regio cuello, dijo:
—¡Ah,
seductor Licio!,
¿vas
a dejarme sola en estas soledades?
¡Licio,
mira detrás y ten piedad de mí!
Así
lo hizo él, sin temor ni sorpresa,
al
modo en el que Orfeo reconociera a Eurídice,
pues
las palabras de ella sonaron como música
celestial
a su oído, y era como si Licio
la
hubiese amado ya todo un largo verano;
y
muy pronto sus ojos, sin dejar una gota,
apuraron
la copa de la belleza de ella
—una
copa asombrosa que nunca se vaciaba—.
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