En tu luz matinal como me
envuelves,
¡oh primavera amada! Con todas las delicias del amor, entra en mi pecho tu sacro ardor de eterna llamarada; ¡oh infinita Belleza: si pudiese estrecharte entre mis brazos! Recostado en tu pecho languidece mi corazón; de musgos y de flores dulcemente oprimido, desfallece. Tú apaciguas mi sed abrasadora, ¡oh brisa matinal y acariciante! mientras el ruiseñor enamorado me llama entre la niebla vacilante. Ya voy, ya voy, y ¿adónde? ¡Ay! ¿Adónde? Hacia arriba, ¡siempre arriba! Flotan, flotan las nubes o descienden y abren paso al amor de ímpetu fiero. A mí hacia mí, contra tu ser, ¡arriba! ¡En abrazo sin par, arriba, arriba! Contra tu corazón, ¡oh dulce padre, oh inmenso padre del amor fecundo! |
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