Émile Zola por Edouard Manet. |
"...Grandes
preocupaciones y grandes alegrías habían apasionado mi vida, en mitad de la
tempestad que nos lleva a todos hacia lo desconocido. Pero, siempre, a
determinadas horas, oía venir desde lejos y entrar en mí el desolado grito:
«¡Angéline! ¡Angéline! ¡Angéline!». Y permanecía temblando, dominado de nuevo
por la duda, torturado por el deseo de saber. No podía olvidar, no existía para
mí más infierno que la incertidumbre.
No
puedo decir cómo, una admirable velada de junio, me volví a encontrar en
bicicleta por el camino apartado de la Sauvagière. ¿Había deseado formalmente
volver a verla? ¿Era un simple instinto el que me hacía abandonar la carretera
y dirigirme hacia aquel lugar? Eran casi las ocho; pero el cielo, en los días
más largos del año, irradiaba aún con un ocaso del astro triunfal, sin una sola
nube, todo un infinito de oro y azur. Y ¡qué aire ligero y delicioso, qué buen
olor de árboles y hierbas, qué tierna alegría en la paz inmensa de los campos!"
Fragmento del Cuento Angéline o la Casa encantada.
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