Son
piedras engastadas en mi pecho tus ojos,
los
luminosos trazos de sus vagas miradas
trizan
con fuegos vivos mi noche pensativa,
oh
Presencia inmanente, oh Tú por todas partes,
Tú
que estás rodeada por tan dulce ribera
que
vivir sin ti un día me lo vuelve de hierro,
que
me abruma su peso que mi suspiro expulsa
y
que termina en siglo cabal en el infierno…
Mientras
en torno a mí cuanto vive me irrita
y
la obra misma en mí es un sueño importuno,
huyo
hacia ti, hacia Ti, como un pájaro anida,
y
obedece mi alma a tu secreto aroma,
y respiro en espíritu la habitación más
tierna,
donde
en sábanas puras, con flores, junto al fuego,
la
potencia de amor que en tus miembros anhela
con
tu amada sonrisa acogerá mi ruego.
Devoro pues la ruta, vuelo hacia la delicia,
mis
pasos eliminan los preciosos peldaños
que
llevan al umbral de tu sedoso cáliz
mi
sed por encontrar tus verdaderos ojos.
Cansada está mi espera de amor de andar fingiéndolos;
beberlos
y cerrarlos quiero, y ver cómo se abren
dulcemente
otra vez cuando el exceso de la dicha de unirnos
nos
permita sonreír a tu estremecimiento.
Traducción: Jesús Munárriz
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