Guido Gozzano: El paseo de las estatuas.







Las blancas antiguas estatuas
acéfalas o chatas,
de misterio difusas
en las pupilas vacuas:

Veranos que las copias
de las flores y de las aristas
ocasionan mixturas
dentro de las cornucopias,

Dianas que sostienen el arco
y los brazos extendidos
y las pupilas dirigidas
hacia las presas al paso,

Leda que se mira
en las aguas con el reo
cándido cisne, Orfeo
que afina su lira,

Juno, Ganimedes,
Mercurio, Deucalión
y toda la legión
de otra muerta fe:

hermas defensoras
de un bello antiguo mito,
de mi tedio infinito
únicas consoladoras,

criaturas sublimes
de mármol, caras antiguas
compañeras y únicas amigas
de mis dulces años primeros:

heme aquí, retorno a vosotras,
después de la larga ausencia,
sin vida ya, sin
ilusiones, luego

que todo me ha tentado,
todo: incluso la inmortal
gloria y el bien y el mal
y todo me ha tediado.

La bisabuela mía
vosotras ya la consolabais
y ahora consoláis
a pesar de la melancolía

del pálido nieto:
habladle de la antepasada
cuando peregrinaba
en las épocas remotas,

llevando sus jadeos
por estos solos paseos
bajo sombras sepulcrales
ya hace más de cien años.

Es cierto que la misma
pena mía la tenía
pero que un sentido tenía
fino de poetisa.

¿Solamente a dolerse
venía a esta bóveda?
¿O bien alguna vez
le gustaba rimar,

cantando su dolor
entre vosotras, hermas, entre
los boj y los cipreses,
y su lejano amor?

¿Era su figura
maravillosa y fina,
la boca pequeñita
como en la miniatura?

¿Divididos los bellos cabellos
en dos bandas onduladas
así como las beatas
de Sandro Botticelli?

¿Tenía un peplo blanco
de seda adamascada
y que la gracia hábil
abría un poco de lado?

(En vano la abertura
sujetaban tres broches
de finísimos granates,
porque el caminar

lento descubría al ojo
la pantorrilla escultural
y la pierna de marfil
hasta casi la rodilla).

¿Llevaba un cinturón de bellas
Medusas en cielo sereno
que constreñía el seno
hasta arriba de las axilas?

¿Y ostentaba los bellos
piececitos empolvados
con los dedos constelados
de gemas y de camafeos?

Yo vuelvo a ver así a la solitaria
peregrinar aún entre los espesos
mirtos y entre las urnas, las hermas, cipreses
la cándida persona estatutaria.

Los faunos se doblaban a escrutar,
codiciosos, la belleza; a su pasar
se volvían las Diosas a remirar
la hermana magnífica de carne.

No siempre estuvo sola: un día despierto
pareció el recuerdo de los antiguos espectros:
y aquella mañana la poetisa apareció
toda vestida de brocado rojo.

También llevaba, contra su costumbre,
dos rosas rojas en las negras melenas:
lucían las pupilas azules como
renovadas por insólita luz.

Baja al parque y deja sobre un coro
dos libros: Don Juan y Parisina.
Luego palidece: una sombra se acerca
entre los bosques del mirto y laurel.

¿Quién viene entonces? Y entre las plantas
un joven bellísimo avanza
(Alma no tiembles, no tiembles)
y es su paso un poco claudicante.

¿Quién viene entonces a los sueños y al olvido?
(Alma no tiembles, no tiembles).
Tiene los iris color de verde mar,
es en el semblante similar a un dios.

Es Él, es Él quien viene por el maestro
camino de los laureles; he aquí: está ya de cerca
(¿y era este el lugar? ¿Este mismo?...)
y mi antepasada le pone la diestra.

Y el poeta rebelde de los Britanos
la blanca mano se inclina a besar
(Alma no tiembles, no tiembles)
Entre estos boj… Ya hace casi cien años.


Traducción: José Muñoz Rivas.

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