XXXI
Viniste a mí; yo no te esperaba. No
esperaba a la felicidad.
Lo había perdido todo, y todo lo encontré
cuando tú me tendiste los brazos.
Tómame, te dije. Seré fiel a tu corazón,
y él curará con suavidades arrobadoras las
heridas profundas del mío. Viviré de ti;
el resplandor de tus ojos será mi luz,
esconderme confiadamente en tu pecho será
mi dicha; reír, cuando vea que se apartan tus labios, por el éxtasis interior;
lloraré cuando tú llores, y te amaré deliciosamente halagada por tu ternura; te
amaré con todo el fuego de la eterna enamorada.
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