Hay paz en el país, y fuera también;
los confines están tranquilos como nunca,
y hoy, en los protegidos campos,
los labradores cantan y surcan la tierra.
Al iniciarse la dulce primavera,
el pueblo recuerda las leyendas
y las hojas tiemblan en las ramas celestes,
y también, secretamente, tiemblan los boyardos.
Por supuesto, el Príncipe pensativo
está decidido a purificar el mundo.
Mete el palo hasta el cuello de los hombres
para que el culo encuentre la campanilla.
No hay piedad ni demoras
para quien se opone a la justicia.
Religioso, el Príncipe, a la vez que el palo,
prepara las velas y el pudding de trigo.
Respetuoso con las buenas costumbres,
para los grandes —sean paisanos o turcos—
tiene palos diferentes, horcas soberbias
para distinguir sus jerarquías.
Puede verse a los visires en sus alturas,
empalizados sobre majestuosos chopos,
y para los santos, los curas y los obispos
tiene madera santa y olorosa.
Y he aquí que las Cortes del país se reúnen
para agradecer al Príncipe la paz.
Él está en su trono. Silencioso.
El alma cubierta de adargas.
Y mientras amigos y cortesanos con armaduras
brindan y alzan las copas de vino
en honor de las hazañas de Su Majestad,
el Príncipe piensa en los palos que se merecen.
los confines están tranquilos como nunca,
y hoy, en los protegidos campos,
los labradores cantan y surcan la tierra.
Al iniciarse la dulce primavera,
el pueblo recuerda las leyendas
y las hojas tiemblan en las ramas celestes,
y también, secretamente, tiemblan los boyardos.
Por supuesto, el Príncipe pensativo
está decidido a purificar el mundo.
Mete el palo hasta el cuello de los hombres
para que el culo encuentre la campanilla.
No hay piedad ni demoras
para quien se opone a la justicia.
Religioso, el Príncipe, a la vez que el palo,
prepara las velas y el pudding de trigo.
Respetuoso con las buenas costumbres,
para los grandes —sean paisanos o turcos—
tiene palos diferentes, horcas soberbias
para distinguir sus jerarquías.
Puede verse a los visires en sus alturas,
empalizados sobre majestuosos chopos,
y para los santos, los curas y los obispos
tiene madera santa y olorosa.
Y he aquí que las Cortes del país se reúnen
para agradecer al Príncipe la paz.
Él está en su trono. Silencioso.
El alma cubierta de adargas.
Y mientras amigos y cortesanos con armaduras
brindan y alzan las copas de vino
en honor de las hazañas de Su Majestad,
el Príncipe piensa en los palos que se merecen.
Traducción:
Darie Novacèanu.
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