A una joven.
Aún no ha traicionado una sola
mirada de fuego.
Ten el corazón del hombre en
tus dedos de niña inexperta,
y en la cámara helada de tu
corazón encierra su fuego irradiante.
Tan cierta estás de su amor
como del reino de los cielos.
Él te dará su corazón, un
imperio y todas las flores de la primavera,
y tú a él el tenue velo de tu
anhelo que azulea en la distancia.
Tu aliento aún no ha tocado la
luz llameante de su deleite.
Tus ojos aún no han medido la
vastedad de su fe.
Tus pies aún no han entrado en
el círculo cerrado de su destino.
Y todavía te da igual que sea
rojo o azul.
Pero llegará un día en que te
asirás a él como una flor a su tallo,
en que su crepúsculo será tu
luz y su sequía tu fuente,
en que vagarás por los pasillos
de un vasto castillo sabiéndote enamorada
y sabiendo que él sólo vive del
blanco pan de tu pureza
y su sangre sólo fluye por el
arroyo de tu ternura maternal.
Entonces todo será grave y
milagroso, duro e indivisible.
Traducción: Jesús Pardo
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