El vino tinto que lentamente
caía y rebosaba en la concha
de la perla, donde los labios
se habían rozado, tan livianos y veloces
como los pétalos desnudos de la
rosa a la deriva
sobre el lento estribillo de
laúd
del canto estival de la abeja:
riéndose mientras descendían,
memorias doradas: inciensos de
sueño, regalos de infancia,
azules como el humo que
transportan los lejanos horizontes,
frágiles como las alas de
Ariel: -
en la pira estas cosas
entrañables extendí;
y se prendió la llama, y fuerte
la aticé,
y, cargado de esperanza, pude
contemplar el pasado en ruinas.
Ansioso, ante el fuego
menguante me arrodillé,
Fénix, para recibir tu
inmortalidad...
pero sólo hubo cenizas al
final.
Versión de J. Isaías Gómez
López.
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