También nosotros vivimos buenos
tiempos
cuando el cuerpo sintonizaba
con el alma,
y bailamos con nuestros amores
sinceros
a la luz de la luna llena,
y nos sentamos con los sabios y
los justos
y fuimos ganando ingenio y
alegría
en torno a algún plato selecto
gracias a Escoffier.
Y sentimos esa gloria
impertinente
que las lágrimas suelen alejar,
y quisimos que los corazones
briosos
cantasen con el estilo
grandioso de los antiguos.
Pero fuimos importunados y
fisgados
por la multitud promiscua,
los editores nos convirtieron
en fraudes para aturdir a la
multitud,
todas las palabras como Amor y
Paz,
todos los discursos cuerdos y
positivos
fueron ensuciados, profanados y
degradados,
los convirtieron en un chirrido
horroroso.
Ninguna oratoria sobrevivió
a aquel pandemonio
salvo la amarga, la soterrada,
la irónica y la monótona:
¿y dónde encontraremos cobijo
para la alegría o el simple
bienestar
cuando apenas queda nada en pie
más que los suburbios de la
discordia?
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