Era más
bien el sabbat del segundo Fausto,
un
rítmico sabbat, rítmico, extremadamente
rítmico.
Imaginaos un jardín de Lenôtre,
Correcto,
ridículo y encantador.
Unas
rotondas; en el centro, los surtidores; unas avenidas
muy
rectas, silvanos de mármol, dioses marinos
de
bronce, aquí y allá, unas Venus expuestas;
unos
tresbolillos, unos arriates;
castaños,
plantíos de flores formando dunas;
aquí,
unos rosales enanos que un docto gusto alinea;
más
allá, unos tejos tallados en triángulos. La luna
de una
noche de verano sobre todo esto.
Suena
la medianoche y despierta en el fondo del parque
áulico
Una
aire melancólico, un sordo, lento y dulce aire
de
caza, tan dulce, lento, sordo y melancólico
como el
aire de caza de Tannhauser
Cantos
velados de lejanos cuernos de caza, donde la ternura
de los
sentidos abraza el espanto del alma de los acordes
armoniosamente
disonantes de la embriaguez;
y ya la
llamada de las trompas
se
entrelaza de repente a unas formas muy blancas,
diáfanas,
y que el claro de luna las hace
opalinas
entre la sombra verde de las ramas:
-¡Un
Watteau soñado por Raffet!-
Se
entrelazan entre las sombras verdes de los árboles
Con un
gesto de decaído, lleno de profunda desesperación;
Luego,
alrededor de los macizos, de los bronces y de los mármoles,
muy
lentamente bailan en corro.
Estos
espectros agitados, ¿son pues el pensamiento
del
poeta ebrio o son su lamento, o su remordimiento,
esos
espectros agitados en turba cadencia,
o,
simplemente, no son más que muertos?
¿Son
tus remordimientos, oh desvarío que invita
al
horror, son tu lamento o tu pensamiento, todos
esos
espectros que un vértigo irresistible agita,
o son
sólo muertos que estuvieron locos?
¡No
importa van siempre, los febriles fantasmas,
llevando
su ronda grande y triste, a trompicones,
como en
un rayo de sol los átomos,
y
evaporándose al instante.
Húmeda
y pálida, el alba silencia una tras otra
las
trompas, de tal modo que no queda absolutamente
nada
–absolutamente – más que un jardín de Lenôtre,
correcto,
ridículo y encantador
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