Ciudad de isla
sumergida en mi corazón,
desciendo en la antigua luz
de las mareas, cerca de
sepulcros
a la orilla de aguas
que una alegría desata
de árboles soñados.
Me llamo: se espeja
un sonido en amoroso eco,
y el secreto se endulza, el
estremecerse
en amplios desprendimientos de
aire.
Un cansancio de precoces
renacimientos
se abandona en mí,
la habitual pena de ser mío
en una hora más allá del tiempo
Y tus muertos siento
en los celosos latidos
de venas vegetales
hacerse menos hondos:
un respirar absorto de narices.
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