Sabía
que amándolo podía hacerlo feliz, pero no lo amaba. O sí, pero eso se hundía en
sí mismo como un agujero y engullía los contenidos. Rodeada por el torbellino
de sus propios movimientos la idea de hacerlo feliz le resultaba entrañable.
Iba de un lugar a otro, nunca revelaba una sorpresa. Dormía sola de noche, el
alma de un sacerdote desnudo en su cuerpo dulce. Manos blandas y menudas, el
pan levando en su estómago. Cuando se tendía junto al hombre que amaba y no
amaba, el hombre se abría y abría. Dentro de él un acróbata hacía piruetas
sobre la muerte. Y recorría alambres delgados sin nada encima ni debajo. Ella lloraba,
él era tan bello con su malla escarlata y su cara blanca del tamaño de una
moneda.
Traducción
Arturo Casals
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