The Captive Dreamer. John Anster Fitzgerald. |
MERCUTIO.—Sin
duda te ha visitado la reina Mab, nodriza de las hadas. Es tan pequeña como el
ágata que brilla en el anillo de un regidor. Su carroza va arrastrada por
caballos leves como átomos, y sus radios son patas de tarántula, las correas
son de gusano de seda, los frenos de rayos de luna; huesos de grillo e hilo de
araña forman el látigo; y un mosquito de oscura librea, dos veces más pequeño
que el insecto que la aguja sutil extrae del dedo de ociosa dama, guía el
espléndido equipaje. Una cáscara de avellana forma el coche elaborado por la
ardilla, eterna carpintera de las hadas. En ese carro discurre de noche y día
por cabezas enamoradas, y les hace concebir vanos deseos, y anda por las
cabezas de los cortesanos, y les inspira vanas cortesías. Corre por los dedos
de los abogados, y sueñan con procesos. Recorre los labios de las damas, y
sueñan con besos. Anda por las narices de los pretendientes, y sueñan que han
alcanzado un empleo. Azota con la punta de un rabo de puerco las orejas del
cura, produciendo en ellas sabroso cosquilleo, indicio cierto de beneficio o
canonjía cercana. Se adhiere al cuello del soldado, y le hace soñar que vence y
triunfa de sus enemigos y los degüella con su truculento acero toledano, hasta
que oyendo los sones del cercano tambor, se despierta sobresaltado, reza un
padrenuestro, y vuelve a dormirse. La reina Mab es quien enreda de noche las
crines de los caballos, y enmaraña el pelo de los duendes, e infecta el lecho
de la cándida virgen, y despierta en ella por primera vez impuros pensamientos.
Romeo y Julieta
Acto I,
escena IV
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