Karl Hofer-Gran Carnaval. |
Una mujer de facciones imperfectas y de gesto apacible
obsede mi pensamiento. Un pintor septentrional la
habría situado en el curso de una escena familiar,
para distraerse de su genio melancólico, asediado por
figuras macabras.
Yo había llegado a la sala de la fiesta en compañía
de amigos turbulentos, resueltos a desvanecer la
sombra de mi tedio. Veníamos de un lance, donde
ellos habían arriesgado la vida por mi causa.
Los enemigos travestidos nos rodearon súbitamente,
después de cortarnos las avenidas. Admiramos el
asalto bravo y obstinado, el puño firme de los espadachines.
Multiplicaban, sin decir palabra, sus golpes
mortales, evitando declararse por la voz. Se alejaron,
rotos y mohínos, dejando el reguero de su sangre en
la nieve del suelo.
Mis amigos, seducidos por el bullicio de la fiesta,
me dejaron acostado sobre un diván. Pretendieron
alentar mis fuerzas por medio de una poción estimulante.
Ingerí una bebida malsana, un licor salobre y
de verdes reflejos, el sedimento mismo de un mar
gemebundo, frecuentado por los albatros.
Ellos se perdieron en el giro del baile.
Yo divisaba la misma figura de este momento.
Sufría la pesadumbre del artista septentrional y notaba
la presencia de la mujer de facciones imperfectas y
de gesto apacible en una tregua de la danza de los muertos.
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