Este viento que
haraganea entre los membrillos
ese animalillo que liba
las vides
la piedra que el
escorpión lleva pegada a la piel
y ese hato de espigas en
medio de la troje
que se finge gigante
frente a los niñitos descalzos.
Las pinturas sobre el
“Resucita, oh Dios”4
en la pared que rasguñan
los pinos con los dedos
el encalado que sostiene
en su espalda los meridianos
y las cigarras, las
cigarras dentro de los oídos de los árboles.
Largo verano de yeso
largo verano de corcho
las velas rojas que se
inclinan sobre la planicie
esponjas en el fondo del
mar animales muy rubios
armónicas de las rocas
las percas aún con las
huellas digitales del malvado pescador
los orgullosos arrecifes
en las cañas de pescar del sol.
A la una, a las dos:
nuestro destino no lo adivinará nadie.
A la una, a las dos: el
destino del sol lo adivinaremos nosotros.
Traducción: Carmen Chuaqui y Natalia Moreleón
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