¿Qué
hicimos, a fe mía, hasta el instante de amarnos?
¿Apenas
habíamos empezado a vivir hasta entonces?
¿Absorbíamos
puerilmente los placeres encendidos del campo?
¿O
roncábamos en la cueva de los siete durmientes?
Así
fue; pero eran fantasías todos esos placeres.
Siempre
que descubría alguna belleza
Y
la deseaba, eras tú a la que anhelaba en mis sueños.
Y
ahora buenos días a nuestras almas que despiertan,
Que
se observan una a otra no sin miedo;
Por
amor todo amor sobre otras miradas prevalece,
Y
construye un pequeño refugio en cualquier parte.
Que
los descubridores de mares visiten nuevos mundos,
Que
mundos sobre mundos a otros los mapas les enseñen,
Déjennos
conquistar un mundo;
Cada
uno posee el suyo, y es sólo uno.
Mi
rostro en tus ojos, en los míos el tuyo,
En
los rostros descansan los fieles corazones;
¿Dónde
podríamos encontrar dos hemisferios tan perfectos
Sin
el Norte glacial, sin el agonizante ocaso?
Aquello
que muere no está debidamente amalgamado;
Si
son nuestros amores uno, o si nos amamos
Sin
desmayo, de ningún modo moriremos.
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