Mi deseo hierve en la
nostalgia de mi sangre
como vino salvaje que
arde entre pétalos de
fuego.
Quisiera que tú y yo,
nosotros, fuéramos una
fuerza,
que fuéramos de una
sangre
y una consumación, una
pasión,
¡Una ardiente canción de
amor de los mundos!
Quisiera que tú y yo,
nosotros, nos
ramificáramos,
cuando -loco de sol- el
día de verano clama por
la lluvia
¡y nubes de tormenta
estallan en el aire!
Y que toda vida fuera
nuestra;
que arrancáramos a la
misma muerte de su
tumba
y que nos regocijáramos
por su silencio.
Quisiera que -desde
nuestro abismo- se eleven
masas
-como rocas- una tras
otra y desemboquen
en una cumbre,
¡inalcanzablemente lejana!
Que abarcáramos por
completo el corazón del
cielo
y que nos encontremos en
cada brisa
¡y que deslumbráramos
toda eternidad!
Un día de celebración en
el que murmuraremos
uno en el otro,
en el que -nosotros dos-
nos precipitaremos
uno en el otro,
como fuentes que manan
desde la escarpada
altura rocosa
en olas que escuchen el
propio canto
y -de pronto- caigan
rugiendo y confluyan
¡en inseparables manadas
de aguas salvajes!
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