Victor Hugo en 1827. |
Muere
el día en verano. De sus flores cubierto,
vierte
el campo a lo lejos un perfume embriagante.
Con
los ojos cerrados y el oído entreabierto,
dormimos
en un sueño más claro y fascinante.
Es
más grata la sombra y el lucero es más puro.
Una
luz imprecisa los espacios colora,
y
el alba dulce y pálida, esperando su hora,
vaga
toda la noche al pie del cielo oscuro.
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