antes de conocer tu
rostro o tu nombre;
en una voz, en una llama
informe,
a menudo los ángeles nos
afectan, y aún así los adoramos;
como cuando me acerqué a
tí
vi una espléndida y
gloriosa nada.
Puesto que mi alma, cuyo
hijo es el amor,
requiere de miembros de
carne y hueso
o nada podría si ellos,
más sutil que el padre
el amor no ha de ser,
sino también ha de
encarnar un cuerpo;
por consiguiente, invoco
quién y lo que eras,
y al amor conmino, en
este mismo instante,
a que se aloje en tu
cuerpo,
y en tus labios, ojos y
cejas se instale.
En tal caso, como un
ángel, con rostro y alas
de aire, no tan puro
éste, pero que lleva puramente,
de este modo pueda tu
amor ser mi angélica esfera.
Justamente igual
diferencia,
como aquella que reina
entre la pureza de los
ángeles y del aire,
como la que siempre
existirá entre el amor
del hombre y de la
mujer.
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