La
primera vez que él me besó,
Fue
sobre estos dedos que ahora escriben;
Y
desde entonces han crecido en pura palidez,
Lentos
para estrechar otras manos,
Y
lascivos para acariciar sus labios
Mientras
los ángeles suspiran.
Aquel
anillo de amatista
Permanece
lejos de mi vista,
Desde
que ese primer beso
Bendijo
su antiguo hogar.
El
segundo pasó más alto que su ancestro,
Y
buscó la frente, fallando a medias,
Derramándose
sobre mis cabellos,
Superando
toda recompensa.
Esa
fue la cima del dolor,
La
corona misma del amor.
Con
santificadas dulzuras
Procedió
el tercero,
Sobre
mis labios, presionándolos
En
un púrpura suave, perfecto.
Desde
entonces, ciertamente,
He
dicho plena y orgullosa:
Mi Amor, sólo mío.
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