Yo
no era más que aquello que tú
con
la mano acariciabas,
allí
donde en noche de pavor,
cerrada,
la frente reclinabas.
Yo
no era más que aquello que tú
distinguías
allá, abajo:
primero,
solamente imagen vaga,
mucho
después, también los rasgos.
Tú
fuiste quien, ardiendo,
creaste
en un susurro
las
conchas de mi oído,
el
diestro y el siniestro.
Tú
quien, meciendo la cortina
en
el mojado cuenco de la boca,
me
plantaste la voz
que
te llamaba a gritos.
Yo
estaba ciego, simplemente.
Y
tú, escondida, brotando,
me
obsequiabas el don de ver.
Así
es como se deja rastro.
Así
es como se engendran mundos.
Así,
a menudo, tras crearlos,
los
dejan dando vueltas
los
dones dilapidando.
Así,
ora al fuego lanzado,
ora
al frío, ya a la luz, ya a lo oscuro,
perdido
en la creación del mundo,
el
globo va girando.
1981
Versión
de Ricardo San Vicente
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