Una
cosa sólo ha buscado el hombre en todo tiempo,
y
lo ha hecho en todas partes, en las cimas y en las simas
del mundo.
Bajo
nombres distintos –en vano– se ocultaba siempre,
y
siempre, aun creyéndola cerca, se le iba de las manos.
Hubo
hace tiempo un hombre que en amables mitos
infantiles
revelaba
a sus hijos las llaves y el camino de un castillo
escondido.
Pocos
lograban conocer la sencilla clave del enigma,
pero
esos pocos se convertían entonces en maestros
del destino.
Discurrió
largo tiempo –el error nos aguzó el ingenio–
y
el mito dejó ya de ocultarnos la verdad.
Feliz
quien se ha hecho sabio y ha dejado su obsesión
por el mundo,
quien
por sí mismo anhela la piedra de la sabiduría
eterna.
El
hombre razonable se convierte entonces en discípulo
auténtico,
todo
lo transforma en vida y en oro, no necesita ya los
elixires.
Bulle
dentro de él el sagrado alambique, está el rey en él,
y
también Delfos, y al final comprende lo que significa
conócete a ti mismo.
Poemas tardíos (Linteo, 2011)
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