A
lo largo del viejo faubourg, donde penden en las casuchas
Las
persianas, abrigo de secretas lujurias,
Cuando
el sol cruel cae con trazos redoblados
Sobre
la ciudad y los campos, sobre los techos y los trigales,
Yo
acudo a ejercitarme solo en mi fantástica esgrima,
Husmeando
en todos los rincones las sorpresas de la rima.
Tropezando
sobre las palabras como sobre los adoquines.
Chocando
a veces con versos hace tiempo soñados.
Este
padre nutricio, enemigo de las clorosis,
Despierta
en los campos los versos como las rosas;
Hace
evaporarse las preocupaciones hacia el cielo,
Y
colma los cerebros y las colmenas de miel.
Es
él quien rejuvenece a los que empuñan muletas
Y
los torna alegres y dulces como muchachas jóvenes,
Y
ordena a los sembrados crecer y madurar
¡En
el corazón inmortal que siempre quiere florecer!
Cuando,
igual que un poeta, desciende en las ciudades,
Ennoblece
el destino de las cosas más viles,
Introduciéndose
cual rey, sin ruido y sin lacayos,
En
todos los hospitales y en todos los palacios.
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