“Anaïs, no creo que nadie haya sido tan feliz como lo
fuimos nosotros. No creo que exista en la historia del hombre y de la mujer un
hombre y una mujer como tú y como yo, con nuestra historia, nuestras
circunstancias; con aquello que se desbordaba en las paredes, el ruido de la
calle y la explosión de tu mirada inquieta de ojos delineados en negro; con la
sinceridad de tu cuerpo frágil y tu secreto agresivo e insaciable. El recuerdo
puede ser cruel cuando estás volando febrilmente a tu próximo destino, a otros
brazos que te reciban expectantes y hambrientos. El recuerdo de tu diario rojo
que tirabas en la humedad de la cama entre tus labios entreabiertos y mis ganas
de desearte. Te deseo. Te deseo con la desesperación y el anhelo de lo
imposible y ya te has ido y tal vez, en un sueño imaginativo y romántico,
leerás estas palabras una y otra vez, en medio de mi ciudad con la gente
pasando en medio de las calles y la sorpresa en tus ojos y la gran dama con el
fuego en la mano derecha”.
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