EL AMOR
es mandamiento, así pensaba
Kierkegaard. Mejor será
–pienso yo– amar, sin hacer
caso de ese mandamiento.
Reconociéndose
el alma con el alma,
respondiendo
la sangre a la sangre,
sin saber, en pleno
vuelo –hacia arriba
o hacia abajo–,
cuál habrá de ser
el lugar de destino.
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